Pablo Bisio es artista y arquitecto, pero cree que su creatividad se libera en su obra, figuras siniestras sobre las que prefiere evitar las etiquetas.
Antes de entrevistar a Pablo Bisio, repasé su obra y quedé abatido: la seducción que sentía no se ajustaba a mi capacidad analítica. El universo de Bisio impacta por su tono caótico, macabro, cruel, descompuesto y atonal, pero estas impresiones no se apoyaban en ningún argumento.
Mientras íbamos a la entrevista, le confesé a la fotógrafa que no tenía nada para preguntar y que me encaminaba hacia un bochorno histórico. La fotógrafa se quedó en silencio y me contempló con placer irónico, mientras yo cerraba los ojos para concentrarme. En la oscuridad, se me aparecían las caras mortecinas de Pablo Bisio, con sus trazos tajantes y sádicos, con sus colores arrojados como escupitajos, pero nada encontraba respaldo teórico. Iba a una entrevista con el mismo estupor de un estudiante con la mente en blanco.
Conocer a Pablo Bisio me descolocó aún más: sus ojos son de un celeste agua marino y están llenos de timidez y bondad, su postura es lánguida y amable y tiene una voz nerviosa y entusiasta. Su cabello rubio y rizado completa el imaginario de ángel renacentista. A medida que se desarrollaba la entrevista, más distantes e incoherentes se me hacían el artista y su obra. Hasta que ambas puntas se tocaron para lograr un círculo perfecto.
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Diseño de un estilo
En la biografía de Pablo Bisio se revela que es arquitecto. Dato curioso y hasta paradójico porque lo opuesto a un cuadro suyo sería un plano arquitectónico. El artista Dante Montich le confesó que jamás lo llamaría para construir una casa, y un colega lo contrató para remodelar una terraza con la intensión encubierta de ponerlo a pintar un mural.
La arquitectura, sin embargo, es su fuente de ingresos. “Soy 50 por ciento artista y en mi otro 50 habita un arquitecto”, dice. Luego, con una bilis que brota espesa y disimulada, se queja por lo difícil que resulta vivir del arte: “O te abrís camino con la docencia o buscás un oficio paralelo. Es una locura, Córdoba tiene genios que deberían llenar los museos del mundo”. Si Bisio edificara siguiendo su atrevimiento artístico, le regalaría a esta ciudad joyas urbanísticas, pero él cree que “la realidad profesional no condice con el entusiasmo”. “La gente que invierte para el sueño de una casa no va a arriesgarse: buscan copiar un modelo. Si damos una vuelta por cualquier country, recorremos un catálogo de arquitectura. Yo empecé a pintar porque así nadie me reclamaba nada”, cuenta.
Entonces el arte aparece como quiebre ante un corset profesional. El automatismo de una arquitectura estándar empuja a Bisio a liberar su creatividad en las artes plásticas. Que su estilo sea dominado por la bestialidad posee una lógica psicoanalítica impecable: es un juego de polaridad, una formación reactiva ante el tedio de la planificación. El desafío que tendrá Bisio en adelante será que esta impronta infernal y lúdica se acople a su trayectoria arquitectónica.
Caras, espacios y pequeños puntos
Cuando le pregunté por qué en su sitio web la obra se dividía en expresionismo y abstracción, Bisio me contestó que aunque se alimente de ambas corrientes, él no se consideraba ni expresionista ni abstracto. “La finalidad sólo fue clasificatoria para darle orden a la producción. Siempre estoy abierto a otros materiales y soportes. No sé adónde terminaré, últimamente me entusiasma el arte colectivo y los murales. Encamino mi obra por un lugar distinto”.
Esta última frase me generó una desconfianza cómplice, porque las obsesiones de Pablo Bisio son hermosamente espeluznantes e inevitables. Durante la entrevista, me contó sobre el placer que obtiene trabajando en la calle, esquivando la lógica del mercado artístico, cuestionando la función del autor y escapando a la soledad del taller. Toda esta información la transmitía con la humildad de un alma dostoievskiana. No podía creer que ese brillo en la mirada correspondiera al mismo artista que te hace sentir la amenazante vibración de la tierra, como si de pronto detectáramos la marcha de una manada de bestias prehistóricas. Pablo Bisio es siniestro. Felizmente siniestro.
La repetición de rostros es uno de los elementos que más se ajusta a este concepto. Son caras que te miran, cuestionan o desprecian. Cada rostro está putrefacto a su manera. El manejo de los colores y las texturas crean una figura humana anímicamente incontrolable. Él mismo asegura que la obsesión por las caras tiene un factor autobiográfico, en el sentido de capturar lo aleatorio de sus emociones. “Cada rostro va saliendo desde una mancha de acuarela sin premeditación”, dice. Y tras una pausa, con una voz algo exaltada, confiesa que le salen “caras de antepasados” y hasta en una ocasión retrató a su abuelo, “descubriéndolo varios días después de finalizar el cuadro”.
Además de las caras fantasmagóricas con reminiscencias precolombinas, el estilo de Bisio se define por una desprolijidad revoltosa, cierto capricho mórbido y una maldad desprejuiciada. Algunos lienzos dejan vacíos que le dan al cuadro un aspecto inacabado. “Molesta el suspenso de una superficie blanca”, comenta Bisio. El blanco para él es un color fundamental, nada menos que “el color de la verdad, de lo inabarcable”. No sorprende que algunos de sus cuadros sean una meseta blanca con caras u objetos extraviados, como esos icónicos interruptores. Uno de los atractivos en Bisio es su capacidad para destrozar el espacio y privarlo de lógica. “No tener una formación académica me permite faltarle el respeto a la pintura”, remata, con esa lucidez tensa, a punto de astillarse.
También hay otro componente que reorganiza el espacio en sus cuadros, dibujos y esculturas: ciertos puntitos o pequeñas manchas de colores primarios que aparecen misteriosamente. Tales puntos llaman la atención de un modo obsceno: son microscópicos cúmulos que dentro de la composición azarosa succionan la mirada. Pedirle al autor que explique este detalle sería ultrajar la magia de la interpretación. Necesito entender que estas gotitas saturadas huyendo de la tormenta pictórica son un símbolo de esa ridícula e inconfesable esperanza por la cual ninguno de nosotros se declaró vencido.
¿Quién escapa a la lógica del tiempo? Picasso
¿En qué época te gustaría vivir? En la Edad Media.
¿Te tienta alguna religión? Ninguna. Hay un Dios, o más bien una Naturaleza. De la Naturaleza creo que se inspira la faceta abstracta de mi pintura.
¿Qué instrumento musical serías? Una guitarra. Pero una criolla, para el unplugged.
Mirá más en: www.pablobisio.com
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