Cargado de todo tipo de prejuicios y habiendo leído por demás notas en distintos medios gráficos, llegué al predio de La Rural en Buenos Aires, para adentrarme en estos 45.000 metros cuadrados de libros y en la experiencia de transitar por la feria literaria más concurrida de habla hispana en el mundo. Mi primera sensación: estoy en un shopping; la segunda: apta para todos. Cada objeto estaba dispuesto para vender y vender a cualquier precio: stands coloridos, promotoras, vendedores de los clásicos que no dejan a uno mirar tranquilo sin comenzar a recomendar títulos (según el aspecto de quien se acerque y el estereotipo de lector que el vendedor imagina), carteles de ofertas -muchas veces engañosas-, pantallas bombardeando permanentemente con imágenes, computadoras dispuestas para consultar títulos y mucho más. Un gran conglomerado de stands, donde por momentos los amplios pasillos se volvían túneles de personas sin rumbo, escolares a montones y atropello en un mar de gente.
Si bien ya me había sacado la idea de encontrar ofertas antes de entrar, verifiqué que era posible tropezarse con algunas, pero muy pocas. La mayoría se agrupaban en libros de autoayuda, recetarios de cocina y ediciones remanentes de autores poco conocidos. Al buscar, los importes no eran tentadores, sino más bien espejo de lo que estos libros cuestan en cualquier tienda. En definitiva, para aquellos que buscaran precios, era conveniente seguir por Av. Corrientes a la caza de saldos en las variadas librerías de la zona. Aquí era básicamente promoción.
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Por otro lado, tuve la inmediata sensación de que la feria era un lugar “para todos”. Para la gran mayoría del público, hablar de ir a este evento es para unos pocos: lectores fanáticos, docentes, ratas de biblioteca, nerds, intelectuales, etcétera. Pero la realidad es otra: en la feria conviven personas de todo tipo e interesadas en diversas temáticas. Familias que toman a la feria como un paseo, gente que va en búsqueda de alguna edición particular, otros simplemente a ver si encuentran algo “atractivo” para su lectura. Muchos van a participar de alguno de los talleres que se dictan, a escuchar alguna charla o en busca de sus autores favoritos que también pasaron por la feria como Alejandro Dolina, Quino, Jorge Lanata, Eduardo Galeano, Felipe Pigna, entre otros tantos. Muestra de la buena convivencia entre vecinos (y causa de caída de pelo para los lectores más ortodoxos), era encontrarlos en una misma estantería a Osho pegadito a Eloy Martínez, Jorge Bucay abrazando a «Ficciones» de Borges y Paulo Coelho tapando un poco de «Hombre rico, Hombre pobre» que lo acompañaba Saramago, y más allá el «Monólogo de una mina sola» junto a textos de ensayo político.
Una gran decepción fueron los libros electrónicos. Mucho se habló de la incursión de e-books en la presente edición (que generó varios descontentos con editoriales presentes en la feria) y se trató de impulsar la inclusión y promoción en esta feria según los encargados de organizarla. Sin embargo, había muy pocos stands que ofrecían este tipo de productos. La inmensa mayoría lo acaparaba el papel.
Un futuro con libros no es cualquier futuro. “Un futuro con libros” era el lema de esta feria que pasó: la 38º edición de la Feria Internacional del Libro en la ciudad de Buenos Aires.
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