Entrevista con el artista Manuel Coll, que habla sobre su obra y sus recurrencias: la virtualidad, el humor, la naturaleza y los astronautas.
Por: Lucas Asmar Moreno
PH: Julieta Cementerio
Tecno Pintura
Un zócalo de cemento en medio de un parque que dice “download”. Una pintura que inscribe la frase “arte emergente” y simula ser una pestaña lista para cerrarse con un clic. Pixeles que se escapan de un cuadro para colarse a otro cuadro. Un paisaje bucólico carente de cielo pero que especifica su color con un enlace web.
Tales juegos conceptuales condensan una ironía extremadamente sofisticada que pone en jaque varias capas discursivas. Manuel Coll, una síntesis física entre Tim Burton y Woody Allen, dice al respecto: “No es nuevo atravesar el humor en el arte, pero me gusta que esté presente. Porque son fricciones y de esa fricción aparece lo no-dicho”.
Lo que diferencia a este artista del famoso cuadro de Magritte que sentencia sobre la representación pictórica de una pipa que eso “no es una pipa” es el cambio de coordenada histórica, y la consecuente necesidad de repensar los aspectos cibernéticos que tiñen nuestra vida de engañosa virtualidad.
Porque nunca es virtual el teclado con el que se chatea, ni es virtual la pantalla del smartphone que emite brillos. Cuando Coll elabora contradicciones lógicas con la materialidad de una pintura o de una escultura, en consecuencia elabora un contraste de lenguajes. “La palabra es una sintaxis y la pintura es otra, discuten entre las dos para medir su potencia en otras situaciones. Para mí siempre hay una tensión: el texto complejiza a la imagen o viceversa”.
Si Manuel Coll es un humorista, sus chistes son trascendentales e interpelan la obviedad de lo que consideramos lo real. Por cercanía y hábito, la realidad queda naturalizada. “La cultura está llena de estrategias del orden y del desorden”, dice Coll para hacer estallar la representación. Su pensamiento artístico retorna a lo simple: la mímesis del mundo eternamente replanteada.
Pero volvamos sobre las obras mencionadas al principio: lo que se considera virtual se plasma sobre un soporte real, y a su vez podrán contemplarse desde el sitio web de Manuel Coll. De lo virtual a lo real volvemos a lo virtual resignificado. Este artilugio de cajas chinas, astuto y útil, activaría en Platón un merecido ACV.
Chico astronauta
Una de las series más amigables de Manuel Coll es aquella del astronauta explorando pinturas ajenas. El procedimiento consiste en intervenir cuadros que fueron elaborados con diversas técnicas y estilos y que no son precisamente obras canónicas del arte. Ahí hay otro acierto: el astronauta explora lo desconocido. Sería distinto el sentido si explorara obras de Picasso, Pollock o Monet. No: el astronauta busca lo que fue descartado por la historia, eso que ni siquiera está en los márgenes, sino en el mismísimo olvido.
Lo interesante es que Coll le da a su astronauta distintas proporciones, dándole a los cuadros que recopila dimensiones dispares. O el astronauta se ve pequeño porque está lejos dentro de la lógica de la perspectiva, o se ve diminuto porque Coll decidió que el tamaño del cuadro sea enorme, como si cada pintura que encontrase fuese un planeta que rige leyes físicas únicas.
“Los procesos parten del deseo, de la cosa lúdica, estar ahí, en el momento, y estar atento a lo que pasa alrededor. No existe esa instancia reflexiva y oscura previa a la pintura: en todo caso eso pasa después”. Esta frase de Manuel Coll es, sin dudas, una declaración de principios: la imaginación es su big bang, su fuente energética. Sin curiosidad no hay estímulo posible.
Este astronauta es un ícono, una caricatura que pertenece al imaginario que una generación de treintañeros que se hizo mirando dibujos animados. “La lectura no es consciente, la nostalgia se activa en quien lo ve. Estos elementos generacionales en mis cuadros, como los joystick, soldaditos y astronautas salen de una nube inesperada”, afirma Coll, y así también explica por qué el astronauta se entromete en objetos viejos. “En estas piezas también se refleja una forma de entender el arte, aunque no tuviese la intención de serlo”.
El astronauta, reducto de las animaciones de los 80 y 90, hará saltos cuánticos hacia décadas pasadas, presentes y futuras.
Ph Julieta Cementerio
Árbol natural
“Enfrentarse a un lienzo en blanco y decir ‘voy a hacer un árbol’, es ridículo”.
Esta máxima de Coll es consecuente con su concepción sobre lo virtual: “Hay allí interactividad, son imágenes que se linkean y el link siempre está en nuestra cabeza, como las palabras que evocan la cosa ausente”.
Cuando decide plasmar la naturaleza, lo hace de un modo bastante extraño: las colinas parecen licuadas y los arbustos, flores o pasto están confeccionados por capitas, como esa técnica oriental en donde cada pincelada representa una hoja. Pero hay otro detalle llamativo: de manifestarse en estos paisajes algunos de esos seres bufonescos y tristes de Manuel Coll, seres que parecen abducidos de un film europeo animado, lo hacen en soledad, con extremidades amputadas o ramas que se les escapan de la cabeza o del pecho. Como si el entorno natural dañase a los personajes, como si los personajes vomitaran la naturaleza o necesitaran expulsarla del cuerpo.
Ante esta interpretación, Coll se sorprende, se queda meditabundo unos segundos y realiza dos consideraciones: “El paisaje existe cuando decidimos que un entorno natural entre en la categoría de paisaje; lo que nosotros vemos como naturaleza nos transforma de manera recíproca”.
Y entonces agrega: “Supongo que la expulsión de la naturaleza es lo que la naturaleza puede hacerle al hombre. Lo natural tiene una construcción mínima pero caótica y compleja, es lo opuesto a la arquitectura, siempre controlada”. No es casual que en los cuadros en los que Coll representa un ambiente urbano, elija formas rígidas, angulosas, controladas; pero al plasmar la naturaleza la inestabilidad se apodere tanto de sus formas como de sus colores, por lo general apagados pero desestabilizados por pequeñas gotas saturadas e impredecibles.
En la obra de Manuel Coll hay una obsesión nihilista que consiste en deconstruir las convenciones culturales, insistir en los dispositivos, entrecruzar la palabra, la pintura y la tridimensionalidad de la escultura, mezclar géneros, estilos, épocas. Y jamás perder ese humor desconcertante, sigiloso y delicado. Sin humor la deconstrucción no es posible.
“Quisiera hacer astronautas de cerámica, unos 60”, nos comenta, abstraído, ya finalizada la charla, ya apagado el grabador.
¿Adónde llega el astronauta? No llega a ningún lado porque no podría seguir explorando.
¿A quién encerrarías en uno de tus cuadros para que no saliera nunca más? Qué oscuro. No, no, a nadie. No sé si los cuadros encierran gente. Es un concepto extraño y hostil. Es una buena visión también.
¿Qué te gustaría hacer si estuvieras en Chernobyl? Una huerta, algo que le dé para adelante.
¿Si en la escuela de Bellas Artes hacen una materia con tu obra, cómo debería llamarse? Pintura, creo, pero ya existe. Para mí se llamaría “cómo preparar un celeste”.
Ph Julieta Cementerio
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