Todo muy lindo, todo muy bello, pero desde hace rato que vengo sintiendo que en AY MAG falta algo, ¿no te parece? A mí sí, por eso llamé a Gime y le dije “escuchame, nena, a tu sitio le falta punch”. Y no sé muy bien qué quiere decir punch, pero lo que yo quise decir fue que le hacen falta más golpes, más sorpresas que entren por otro lado al mensaje que quiere transmitir el Manifiesto.
Para eso vengo yo: para cachetearte –suavemente, no te asustes– y decirte que hay cosas copadas a las que no les estamos prestando atención, o para tironearte las orejas y obligarte a ver o leer algo que yo creo imprescindible. Una invitación a sensaciones diferentes en lugares –y objetos– diferentes; un llamado de atención sobre lo no tan cotidiano, o sobre lo dejado de lado. En menos palabras: otros gozos (aunque habrá zarigüeyas industriales, más angeladas y rimbombantes).
Demasiado como para presentarme. Basta ya y en dirección al grano, ahora.
Porque lo que tengo para mostrarte hoy amerita que salgas de acá y vayas a hacer otra cosa: me gustaría que leas a Martín Cristal. Quizás te suene el nombre, porque el tipo publicó una novela –Las ostras– hace muy poco y además colabora con cierta regularidad en varios medios de Córdoba y de otras provincias. Pero yo quiero que leas otra cosa, quiero que busques y encuentres al Cristal anterior, al de Mapamundi y también al de La casa del admirador. Porque, está bien, Las ostras es lo último y estuvo muy bien presentado y publicitado y criticado. Y de seguro ya se está leyendo y se leerá mucho. Pero me parece que los cuentos y la novela que quiero que leas ahora no tuvieron los lectores que se merecen, y eso también me gusta hacer: encontrar lectores, o mejor: inventarlos. Quiero hacerte lector de Cristal.
A ver si lo logro.
Los cuentos de Mapamundi son un flash: fotografías complejas de varias capitales del mundo hechas desde una perspectiva bien argentina, pero que muestra cada rincón del planeta de una manera tan singular como atrapante. Hay, por ejemplo, un grupito de amigos hueveando por la zona roja de Ámsterdam; una porteña que busca comenzar de cero en Tel Aviv y termina salvando su vida de un atentado; una pareja que engaña a un par de ilusos en Barcelona; un vendedor ambulante cordobés que no da respiro y puede sacar carcajadas si es bien leído. “Viajar: aprender a desprenderse”, escribe Cristal, y acierta y estira ese concepto a varios de los textos del libro. Estos siete viajes juegan con las leyes temporales, con los límites espaciales, con las voces y las entonaciones, y si bien podrían sólo divertir o entretener, terminan siendo más intrigantes que otra cosa. Disparadores de preguntas, de nuevas vivencias.
El juego ocupa un lugar más secundario en la trama de La casa del admirador, donde si bien sigue habiendo un intento por desmontar las reglas del lenguaje –como en toda apuesta ambiciosa–, ese esfuerzo es menos lúdico y más conceptual, casi teórico. Acá el novelista cordobés apuesta fuerte, y se mete con uno de esos escritores a los que muchos temen sugerir por el peso de su nombre. El escritor cordobés se mete con Borges. Con el viejo Borges, sí, ese al que tantos no se animan a leer. Porque la casa de ese admirador no es otra cosa que la mansión de un tipo que está desquiciado por Borges y su obra, por el personaje y la creación. Un loco lindo, sí, pero un obsesivo espeso, bien rompe bolas, interesantísimo. Cristal intenta diseccionar la obra borgeana y sacarla a la luz a través de las manías de Roger Dembrais, poniendo en evidencia, también, su propia admiración y obsesión por Jorgito Luis. Quizás la novela falla en uno de los recursos más atrevidos del proyecto –lo entenderás si la leés; no puedo develarlo acá–, pero para entonces probablemente ya sea tarde, y es seguro que si llegaste hasta ahí ya no quieras dejar el libro hasta la página que contiene el punto final.
No sé si los libros se consiguen en todas las librerías. Lo más probable es que tengas que preguntar en varias antes de dar con alguno de ellos. Pero vale la pena la pesquisa. Después me contás. Mientras tanto, yo voy en búsqueda de un colombiano que me dijeron que la rompe. Nos vemos.
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